Esta reflexión, que la tomé de un familiar cercano mío hace ya varios meses y que este la leyó de Internet, empezó a darme vueltas de nuevo el otro día.
El pensamiento me resurgió en el contexto de una de las asignaturas que he terminado de cursar recientemente. En esta clase, hay una figura de profesor que, evitando que la asignatura tenga demasiado contenido teórico y de modo que los alumnos le saquemos el máximo jugo posible, intenta que los propios alumnos seamos los que llevemos la clase adelante. ¿Cómo? Invitándonos a hacer los ejercicios relativos a la materia, colgándolos a un medio compartido al que todos podemos acceder, y a corregirlos en clase entre nosotros. Por último, el docente da el visto bueno final, con las fallas que falten por comentar, o con detalles adicionales interesantes aplicables a casos distintos.
Sin embargo, lo que he visto durante el progreso del curso es que el docente ha ido atrasando sus plannings, ajustándolos a un ritmo algo más lento del previsto inicialmente, y que la participación ciudadana ha sido más bien… baja. Esto ha provocado que hubiera gente que se quedara un poco «aplatanada», sabiendo que realmente podría aprovechar más el tiempo en clase, pero que ha sido provocado más bien por el simple desinterés de otros compañeros.
Obviamente, esto ha provocado un pequeño mosqueo de la figura del profesor, pero mi pregunta más bien es la siguiente:
Nosotros, siendo los alumnos, ¿hasta qué punto tenemos responsabilidad de que estemos actuando como huevones o no?
Pues alguien, de manera sencilla, respondería:
Pues absolutamente toda, ya que cada cual es responsable de sus actos.
Pero aquí viene la reflexión que lleva rondándome desde hace un tiempo:
¿Seguro que no nos afecta el entorno en esto?
Alguno que lea esta entrada podrá preguntarse a qué punto quiero llegar. El objetivo está en el título, y creo que se resume bien con esas 4 palabras: «Abuelos, padres e hijos». Con esto quiero expresar que al menos, a nivel de España (y en México podría decir que también), he visto que hay una especie de patrón con relación a las últimas generaciones de personas, y los divido en estos 3 bloques:
- Abuelos: Aquí incluyo a estas personas que vivieron guerras, hambre, épocas difíciles, … que de una o de otra manera, consiguieron salir adelante. Lucharon para juntar lo poquito que tenían y sobrevivir, y dicho sea de paso, dar de comer y tratar de educar a sus hijos; no de una manera muy específica|técnica, sino más bien humana, basada en la experiencia y en el esfuerzo.
- Padres: En esta generación incluyo a las personas producto de la educación de los abuelos. Estos, al ver la dificultad que supuso en sus casas conseguir los recursos que tenían a su alcance, se sentían con el «deber» de corresponder estas necesidades. Este hecho llevó a que hubiera gente que tuviera cierta ambición por hacer las cosas que les fueron disponibles gracias a los recursos de sus padres, intentando destacar o hacerlo lo mejor posible. Esta «autosuperación», por llamarlo de alguna manera, ha permitido que el progreso generado en el intervalo de acción de los padres sea más marcado que en el de los abuelos.
- Hijos: En este último nivel incluyo a las personas (y siento que yo mismo también estoy aquí) que hemos tenido la oportunidad de vivir en una época de opulencia, en la que apenas nos imaginamos el sentimiento de «necesidad» que tuvieron presente los abuelos durante toda su vida. Para más inri, vemos que los avances tecnológicos surgen cada vez con mayor velocidad y mayor frecuencia, lo que hace que cada vez vivamos mejor y tengamos que hacer menos cosas tediosas durante nuestro día a día. Quién sabe cuándo llegará la singularidad tecnológica a este ritmo.
Aunque también he de decir que tal y como ha afectado la crisis económica en España (y la que parece que viene), esto último no es del todo cierto, porque hay gente que realmente está sufriendo para llegar a fin de mes. Sin embargo, la tónica general de nuestra infancia ha sido la de una época de bonanza, despreocupada, lo que no nos incita esta conciencia de «autosuperación».
Por lo tanto, partiendo de estos puntos y volviendo al contexto de mi clase, veo que hay una gran colisión entre mentalidades que no parecen compatibles. Por un lado, la figura del profesor defiende una «cultura del esfuerzo», mientras que nosotros contraatacamos con una «cultura del mínimo esfuerzo», porque vemos que matarnos tanto para algo no tiene sentido, y más si se trata de algo que estamos estudiando de manera colateral y no entendemos las implicaciones que tendrá a futuro.
Por ello, ¿se podría decir que nuestra generación es una mierda, que está abocada al fracaso? No lo creo, porque partimos de un supuesto fundamental:
La persona no va a hacer N veces lo mismo, a no ser que esta acción esté originada por buscar placer o sea estrictamente necesaria para su vida
Entonces, aquí la pregunta obvia que surge puede ser:
¿Y qué hacemos?
Pienso que lo que necesitamos son algunos años de transición; de entender que esta situación existe no por producto del azar, sino porque hay un entorno que lo favorece. De todos modos, que la actitud generalizada de la generación de los «hijos» sea la del mínimo esfuerzo no implica que sea la que todos, sin excepción, llevan a cabo. De hecho, actualmente, al haber tantos avances tecnológicos, una educación un poco más estructurada que la de años anteriores y un acceso muchísimo más sencillo a la información, provocará que por inercia haya una serie de personas que, por su propia condición, se dediquen al ámbito que más les apasiona y dejen sus frutos en estos campos.
Pero lo que debemos entender es que a largo plazo, la cultura del «trabajo obligatorio» debería tender a desaparecer, por la aparición de medidas económicas como la aún no muy fructífera Renta Básica Universal, y llegar a convertirse en un «trabajo vocacional o voluntario». Es cierto que habrá muchas personas que seguirán trabajando, pero si este trabajo se lleva a cabo por «autorrealización» y no por el mero interés económico, pienso que nos irá mejor en unos cuantos aspectos.